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martes, 2 de diciembre de 2008

Los muchachos de mi barrio

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Parábamos en una casa abandonada en una esquina del barrio de Caseros. Ahí teníamos nuestra base de operaciones. El “porche” de aquella casita nos refugiaba de las noches frías del invierno. Eran otros tiempos en los que ocho o diez adolescentes podían estar afuera hasta muy tarde sin arriesgar la vida con eso.
Hoy a juzgar por las circunstancias diría que éramos integrantes de una generación de chicos de entre 14 y 17 años que yo llamaría... los últimos inocentes. Una barrita de amigos que lo más atrevido que hacían era practicar el “ring-raje”, o salir a “patear tachos de basura” por las noches. Una barrita de amigos que aprendía a crecer día a día alimentando sueños, que aunque lejanos, sabíamos que eran posibles. Por aquellos años todavía teníamos un futuro y entre mate y mate (y alguna que otra ginebra para matizar el frío), pasábamos los días. Sin apuros y sin responsabilidades, eso se lo dejábamos para nuestros viejos.
Aquellos amigos teníamos nombres y apellidos, sin embargo todos nos llamábamos por los apodos, a saber: “Caramelo”, “Pirulo”, “Pingüino”, “El Nipón”, “El orejas”, “El loco luna”, “El zapatero”, “El gordo kilombero”, (...bueno, tampoco éramos ángeles) por nombrar sólo a algunos.
La cuestión es que en esas noches sin nada que hacer, teníamos mucho para hablar: de la posibilidad de formar un “conjunto” musical, de nuestros odiados profesores...o hasta contar historias de misterio y cuentos de aparecidos. Pero inevitablemente la charla terminaba siempre en el tema del que menos sabíamos, pero el que más nos calentaba la noche: ¡LAS CHICAS!
Con esas “deliciosas criaturas perfumadas” jugábamos por las tardes a la “Botellita”, implorando para que se detuviera justo frente a la chica a la que qué queríamos besar. Con ellas también “chapábamos”, o... afilábamos, en un cumple de 15 o en un “asalto” (¡Sí… una fiestita!). Pero como dije anteriormente, eran ellas y solamente ellas, las que encerraban ese misterio todavía no resuelto por muchos de nosotros: el misterio del sexo.
El más maravilloso de todos los misterios y que no era un cuento...
Y así fuimos creciendo juntos, con peleas y reconciliaciones permanentes, entre los chicos y con las chicas. Con esa mezcla de amistad y amor tan especial propias de la adolescencia. Más tarde nos enamoramos, (de las chicas por supuesto), nos casamos, formamos una familia, hicimos nuevas relaciones, ganamos experiencia, seguridad y maduramos. Pero perdimos la inocencia, dejamos de ser aquellos “últimos inocentes” de los que hablé al principio.
Y la vida siguió su curso. Seguramente con los años vos y yo habremos hecho muchos nuevos amigos. Pero estoy seguro que ninguno será igual, ni siquiera parecido, a aquellos
amigos de nuestra adolescencia.
Porque solo aquellos amigos serán siempre en tu corazón y en el mío... LOS MUCHACHOS DE MI BARRIO.



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